Director del Instituto del Perú
de la USMP
Diariamente repetimos que la
educación peruana es un fracaso. Allí están los resultados de las evaluaciones PISA que nos relegan al último lugar en
las comparaciones internacionales. La llegada de PISA fue como prender una luz
sobre un escenario hasta entonces oscuro, resaltando repentinamente las deficiencias
de nuestras escuelas.
Pero las luces del escenario
también ciegan, impidiéndonos ver lo que no se encuentra directamente
iluminado. Y el escenario de la educación contiene mucho más de lo comprendido
en los números PISA. Una mirada más completa mostraría, primero, que la
educación nacional ha sido una de las grandes transformaciones del siglo
pasado, y, segundo, que la educación incluye muchos aprendizajes no captados
por PISA.
Recordemos, por ejemplo, que hace
apenas sesenta años más de la mitad de los peruanos no sabíamos leer o
escribir. Siete de cada diez mujeres eran analfabetas. A inicios del siglo XX,
apenas 85.000 niños asistían a la escuela, mientras que hoy son 8,5 millones,
cien veces más.
La escuela se ha vuelto un derecho universal. Los maestros
enviados a los poblados más alejados de la Amazonía tardan semanas para llegar,
pero llegan. Y si de comparar números se trata, la expansión escolar peruana
fue líder en Sudamérica durante el siglo XX, y la universalización se sigue
extendiendo a las poblaciones preescolar, secundaria y universitaria. La
calidad todavía es mala, pero la democratización educativa es destacable en un
país necesitado de cambios estructurales conducentes a reducir la desigualdad.
Además del aspecto cuantitativo,
el escenario de la educación incluye importantes aprendizajes no captados por
PISA.
En 1902 Joaquín Capelo enfatizó la relación entre los valores
y el progreso de las naciones. “La vitalidad de las grandes naciones —dijo—
emana de su manera de ser”.
El pueblo francés, por ejemplo,
tenía el hábito del ahorro; el inglés, el sentimiento del deber; los alemanes,
costumbres sanas y laboriosas, y los estadounidenses, una convicción de su
propia suficiencia.
Hoy seríamos más cautos para
generalizar así, pero qué duda cabe de que nos falta poner más atención a los
valores.
Especial agradecimiento le
debemos a Constantino Carvallo, quien no tuvo miedo de centrar sus reflexiones
e iniciativas educativas en el “contacto entre almas humanas”.
Existe además un vasto
conglomerado de academias, institutos y otras entidades educativas no escolares
que enseñan artes productivas.
Seymour
Martin Lipset relacionó el progreso con valores relacionados con la
innovación y la solución de problemas, valores que hoy son transmitidos en la
labor motivadora de Nano Guerra García y en los muy buscados libros
de David Fischman.
Nada de ese esfuerzo es
contabilizado por PISA, aunque es posible que contribuye mucho al éxito de las
pequeñas empresas.
Iván Illich, gran crítico de la
educación escolar formal, propuso reemplazar las escuelas por la educación
persona a persona, o “redes educativas”, anticipando hace cuarenta años la
potencia educativa de Internet.
Las limitaciones de PISA son
evidentes cuando estudiamos su capacidad para predecir el éxito económico.
De los seis países “estrellas” en
el ránking PISA —Corea, Singapur, Finlandia, Hong Kong, Taiwán y Japón—, solo
Singapur le ganó al Perú en crecimiento durante los últimos veinte años.
Quizá tenemos valores o
mecanismos educativos que no estamos apreciando adecuadamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario