lunes, 3 de junio de 2013

♣ PAULO FREIRE Y LA NUEVA EDUCACIÓN

Paulo Freire y la educación radical

2008
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Miquel Casanovas, maestro de adultos en Osona, nos acerca a la figura de un pedagogo que consiguió abrir nuevos caminos tanto en la teoría como en la práctica de la educación con vocación de herramienta para la transformación social consciente.

por Miquel Casanovas [1]

Pensamiento-acción


Paulo Freire, cofundador del PT brasileño, nace a Recife el año 1921 y muere el 1997 a São Paulo donde fue Secretario de estado de Educación durante dos años. El año 1964 había logrado organizar 20.000 Círculos de Cultura en Brasil que preveían alfabetizar, en tres meses, dos millones de analfabetos con la metodología de la concienciación desarrollada por él mismo. El proyecto se trunco con el golpe de estado militar contra João Goulart. Los militares encarcelaron y desterraron a Freire. Obviamente, suprimieron la campaña de alfabetización que tenía el objetivo de facilitar a los analfabetos la mejora de los instrumentos necesarios para implicarse en el proceso de transformación solidaria que había comenzado en Brasil.

Estudió derecho, pero la preocupación por los problemas cotidianos del país lo llevaran a trabajar en el ámbito de la educación y sobretodo de la educación de las personas adultas. Así, pues, ejerció de pedagogo, profesor universitario y político, cultivó grandes amistades y una vida familiar intensa. Para él, los diferentes ámbitos de su vida estaban regidos por el mismo norte: la emancipación personal y la solidaridad colectiva. Dos guías que orientaban su vida privada y pública para que estuviesen en la mejor armonía posible.

Precisamente por este sentido de la coherencia y de la armonía no admitía la crítica que rehusaba la pasión y el lenguaje afectivo como caminos para conocer y expresar la realidad. “La pasión con la que conozco, hablo o escribo no merma el compromiso con el que denuncio o anuncio. Soy una totalidad y no un ser dicotómico. No tengo una parte esquemática, meticulosa, racionalista y otra de desarticulada e imprecisa que busca el bien por el mundo de una manera simplista. Conozco con mi cuerpo entero, sentimiento, pasión. También, razón.” Así lo explicaba en su último libro A la sombra de este árbol (editado por “El Roble”).

El hombre es un ser inacabado


El hombre, la mujer busca su propia coherencia a partir del reconocimiento que es un ser inacabado. Eso es lo que le diferencia de los animales. Estos se acoplan a la naturaleza; el hombre la transforma, busca los elementos que le permiten interaccionar con la tierra y con los otros hombres y mujeres convirtiéndose, así, en sujeto y protagonista de la historia .

Gracias a su acción logra que la tierra, apoyo material de la vida, se convierta en mundo, se humanice, se convierta en el espacio donde las relaciones humanas cooperan para garantizar la vida personal y colectiva. Eso ha hecho necesario, dice Freire, “la invención de técnicas y de instrumentos que hacen más fácil la intervención en el mundo. Una vez inventadas y aplicadas, hombres y mujeres no paran de reinventar-las y de producir nuevas técnicas con las que perfeccionan su presencia en el mundo”.

Ahora bien, sólo es posible una manera de estar en el mundo, ser consciente de mí yo y de la necesidad imprescindible de los otros. Yo solo no puedo transformar la tierra, todos juntos debemos acordar y realizar esta transformación. Por eso me relaciono, por eso hablo. La palabra, sin embargo, no es mero vocabulario; es palabra-acción y la acción no es solamente movimiento, es acción-reflexión-acción.

Si alguien somete la mí yo o rompe las relaciones solidarias, me convierte en un simple objeto, me deshumaniza y se deshumaniza. Es la dinámica del colonizador y el colonizado. Desgraciadamente, muchas personas tienen colonizadas las facultades del conocimiento, de manera que son incapaces de ver más allá de sus narices. En la vida cotidiana ven cosas, leen el texto, pero no llegan al contexto. Se quedan en las apariencias; se adaptan al medio, no lo transforman.

En La Educación como práctica de la libertad, Freire lo explica así: “Una de las grandes tragedias -si no la más grande- del hombre moderno es que hoy, dominado por la fuerza de los mitos y dirigido por la publicidad organizada, ideológica o no, renuncia cada vez más sin saberlo, a su capacidad de decidir. Es expulsado de la órbita de las decisiones”.

Hay que recuperar un pensamiento propio, de clase


Por eso él entiende la educación como un proceso desalienante que abre caminos porque el hombre pueda ser nuevamente el protagonista de su propia historia y de la de su pueblo, de manera que se emancipé de todo tipos de fatalismos, incluso de todos de aquellos fatalismos pragmáticos, alimentados por los que le quieren hacer creer que vive en el mejor de los mundos posibles.

La educación, por consiguiente, tiene una finalidad claramente política. Si aquello que se pretende es simplemente adiestrar, llenar la cabeza de respuestas, sin que haya ninguna pregunta, estamos ante una educación bancaria. Esta considera el cerebro de los individuos como cajas de caudales donde acumulan conocimientos para competir y para consumir, tal como conviene a los que tienen el poder económico, porque eso aumenta sus ganancias y asegura su dominio.

Por contra, si aquello que se quiere es provocar una ruptura que rompa este desorden que subordina los intereses y las necesidades de la mayoría a los de la minoría, hay que fundamentar la educación en la pregunta a partir de la que tenemos “la posibilidad de discernir, comparar, elegir, programar, actuar, evaluar, comprometernos, arriesgarnos” a trabajar por la ruptura de todo aquello que nos encadena a una existencia acotada, controlada y dominada por la burguesía y sus monaguillos.

No es posible una educación “neutral”


Hay maestros, profesores, catedráticos, etc., que se auto proclaman progresistas y que enarbolan la bandera de la neutralidad, como sinónimo de su calidad profesional. Aplican programas pedagógicos, dicen que hacen buenos técnicos. No comprenden, o no quieren comprender, que para las personas es tan importante y necesario el aprendizaje de las técnicas que los hacen buenos profesionales como el desarrollo de las facultades, habilidades y hábitos que los permiten entender y actuar políticamente. La separación de estos dos aprendizajes, no es posible.

Si el trabajador “no se pregunta a favor del que, de quien y contra qué trabaja, corre el riesgo de trabajar contra sus propios intereses”. De hecho, muchas veces está trabajando contra sus intereses, ya que el resultado más obvio de su trabajo es un crecimiento económico que margina a muchas personas y dificulta el desarrollo del conjunto de la sociedad.

La educación, evidentemente, debe proporcionar buenos científicos y buenos técnicos, pero de la misma manera debe contribuir a capacitar las personas para que sean sujetos de su propia historia, ser para si y ser con los otros. Es decir, compartir con las otras personas la voluntad de romper y transformar un modelo social no válido, es la radicalidad. Pero esta radicalidad se puede lograr solo a partir de la injerencia, eso es, a partir de la voluntad de actuar y ser protagonistas en todos los ámbitos de nuestra vida. Esta responsabilidad “solo se puede ganar viviéndola, [...] participando, interviniendo cada vez más en la gestión de la escuela de sus hijos, en la gestión del sindicato, de su empresa; a través del gremio, de los clubes, de los consejos, interviniendo en la vida del barrio, de la iglesia, en la vida de la comunidad rural...”

Los que reducen la práctica educativa a una simple transmisión de los contenidos para hacer feliz la vida de las personas, son personas mezquinas que “consideran feliz la vida que se vive adaptados al mundo, sin ira, sin protesta, sin sueños de transformación”. En definitiva, consideran feliz una vida “domesticada”.

Notas

[1Publicado en la revista de Revolta Global nº 39, noviembre 2007
 

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